Tengo una amiga a la que suelo visitar muy poco pero cuando lo hago siempre acabamos hasta muy tarde echándonos las cartas y leyendo todo sobre nuestro signo. Alguna que otra vez incluso ha llegado a obsesionarse con las predicciones. Yo, en cambio, intento no hacer mucho caso de lo que dicen las mías. Llevo un verano en el que todos los planes que había hecho no pueden cumplirse, me paso el día en casa dando vueltas, haciendo ejercicio y algo que pensaba que no haría: leyendo el horóscopo. Es curioso pero, cuando el tiempo pasa muy rápido, cuando tenemos demasiadas cosas que hacer ni siquiera nos paramos a pensar, nos dedicamos a eso y ya está.
Hay momentos en que se hace un parón enorme, todo se detiene y las horas se hacen eternas. Es en ese momento cuando empiezas a preguntarte a tí mismo si realmente estás conforme con el ritmo que lleva tu vida. Es ese instante cuando te aferras a lo que menos esperabas: leer el horóscopo y echarte las cartas del tarot buscando una respuesta para una vida sin sentido.
Qué vulnerables somos y a cuantas cosas nos agarramos para no caer en la desesperación.
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