El Isabella Paradiso no tiene un lugar, ni tampoco una época. Está abierto desde todos los tiempos, nunca puede estar cerrado para servir a todas las almas que acaban de pasar a un mundo mejor. Allí van a parar las almas que no quieren un descanso o no pueden tenerlo, las almas impuras.
Su dueña (yo) le tiene tanto miedo a la muerte que se comprometió a regentar este antro y servir copas a todos estos desgraciados para no sentir nunca la sensación de echar el último aliento.
Si quieres encontrarlo primero tienes que dejar este mundo y cuando camines por la ardiente autopista antes de cruzar las puertas hacia el infierno verás este humilde bar de copas.
Si deseas sentir un poco esa sensación infernal éste es tu sitio, tu decides: El cielo lleno de viejos o una eternidad jovial y sin descanso.

Muérete y pasa por aquí a tomarte una copa ;)

Bienvenido al Isabella Paradiso.

Sin mirar atrás.

En el autobús hacía un calor sofocante.
Llegamos con las maletas y casi no pudimos meterlas. Otra vez tengo que volver a casa después de dos meses sin aparecer.
Primera parada, Enrramadilla. Dejo pasar a una chica, me da las gracias y se va al fondo del autobús.
Cada uno busca un sitio separado lo máximo posible de los demás como si tuviéramos alguna infección contagiosa.
Prado de San Sebastián, el autobús hace una parada eterna, la gente baja y sube, sigue subiendo más gente. Tenemos que apretarnos un poco.
El autobús arranca.
Avenida de María Luisa, se bajan algunas personas y sube una chica que tendría aproximadamente 20 años, bastante gordita, pantalones anchos, el pelo rapado y unas gafas negras de pasta.
Dos chicos se miran un instante y se ríen, uno le dice al otro en voz baja:

-Vaya tela como van las lesbianas últimamente con tal de llamar la atención.

El otro le contesta:

-Probablemente ni sea lesbiana, pero tiene que tener la autoestima por los suelos y necesita sentirse diferente.

Llegamos a la avenida Virgen de Luján y la chica se baja y va caminando por la avenida con la cabeza agachada sin mirar a nadie.

Recorre el autobús toda la avenida hasta que llega a otra parada. Sube un matrimonio muy mayor y mientras el marido se sienta a leer el periódico, la mujer se acerca a la cabina del chófer.

-Buenas tardes, señor ¿la parada para ir a la Clínica Santa Isabel en Triana?

-Mire, señora, hable más fuerte porque no me entero.

-Disculpe (le repite lo mismo) y también le pregunta si es posible que le avise cuando lleguen a dicha parada.

-Pffff, vamos a ver (le dice más o menos dónde está la parada pero parece que la mujer sigue sin enterarse ya que no puedes darle una explicación amateur sobre las paradas de Sevilla a alguien que, sólo por su acento, sabes que no es de Sevilla ni problablemente de Andalucía).

Un señor amablemente le dice a la mujer que no se preocupe, que él le avisa a ella y a su marido para que se bajen, que no hay ningún problema.
Al cabo de dos paradas más el hombre les avisa y, al salir del autobús, el marido deja en la silla donde se había sentado un periódico.
Quedan dos paradas más para llegar a la estación Plaza de Armas.
Entra un matrimonio con el hijo en un carrito. La mujer coge el periódico, lo ojea y lo tira hacia un resquicio que hay entre los asientos del autobús.

Penúltima parada.

Nos ponemos en la puerta y, como aún falta un poco, le pido el periódico a la mujer que me lo da con bastante desgana. Le doy las gracias.
Pude leer que esta misma madrugada habían muerto dos niños. Uno por una madre que lo abandonó en un contenedor y otra a manos de su padre mientras su madre era testigo.

Como todo en esta vida, al llegar a la última parada dejé el periódico en una silla, cogí mi maleta y seguí con mi vida como si no pasara nada. Como hacemos todos.

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